Había mileuristas y nos quejábamos.
Nos quejábamos de lo caro que estaba todo. Y del euro que lo había
encarecido aún más. Nos quejábamos de que nunca podríamos llegar
a tener una casa propia y de que vivíamos en casa de los padres. Y
nos quejábamos de que las casas estaban muy caras.
Y subieron aún más. Pero eran ya muy
caras. Había que ocupar casi todo el sueldo en poder comprarla. Pero
también había que mantenerlas. Pero los precios no paraban de
subir. A pesar de que construían más y más. A pesar de que el
mercado dice que cuando hay oferta el precio baja, porque la demanda
es proporcional. Pero el precio no bajaba. A pesar de la construcción
sin medida, sin control, que generaba impuestos, sobornos,
comisiones, trabajos sobrepagados.
Todos contribuíamos un poco. Unos más
que otros. Los bancos dando. Otros pidiendo y gastando más y más. Y
pensando que esto seguiría siempre arriba.
Ahora bajan los precios. Pero no lo
suficiente. Porque ya en 2005 su precio era excesivo. Así que se
quedarán más sin vender. Y bajarán más los precios. Y se
construirán menos. Porque el mercado no se autorregula. Porque lo
que regula es la ambición. Y esa nos ha comido a todos.
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