Como parece que no sucede nada más en el mundo, o al menos nada más parece importarnos, hablaremos de esta sucesión de partidos de fútbol (porque al fin y al cabo no es más que eso, un partido de fútbol, aunque no lo parezca) que nos azota o nos acaricia dependiendo de cada uno.
El primero de todos estos estallidos de pasiones se saldó con un partido muy aburrido, donde uno parecía no querer mucho y el otro parecía no poder mucho más. Se pasaron el partido creando tensión, como si pudiera ocurrir algo en cualquier momento. Pero sabíamos que no era así. Que no pasaría nada. Que lo que tenga que pasar pasará a partir de ahora, en los partidos que restan. No es que pueda pasar mucho más. O bien gana uno o bien gana otro. Al observador imparcial le da más o menos lo mismo (más o menos, siempre hay preferencias), aunque no dejan de hacer gracia algunas cosas.
La definición de Messi como mala persona por tirar un balón a la grada (no sabemos si después de los partidos se dedica a azotar viejecitas o a robar bolsos, pero no lo parece), el planteamiento pacato del Madrid (cuando otros equipos lo hacen contra ellos se quejan de la falta de ambición, de lo pequeños que son esos equipos), el show de Mourinho (siempre llorando, en una actitud que repugna a muchos pero que enardece y convence a los suyos), la falsa modestia de Guardiola (menos falsa de lo que podría parecer), la gente que se vuelve loca, la pelea entre dos culturas y muchas otras tonterías que en realidad no van a ningún sitio.
Por cierto, parece que Piqué ha dicho algo. Pensábamos que era un chico alto, guapo, listo y bien educado. Pero parece (una vez más parece) que nos equivocábamos. Al menos en dos de las cuatro cosas que hemos dicho.
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