Entré en un recinto cerrado y abierto al público. Quiero decir que estaba cerrado en tanto en cuanto tenía paredes y techo. Y abierto al público en que cualquiera podía entrar. Olía allí un poco raro, motivo por el cual decidí entrar, por si había algo malo o bueno allí.
Resultó que me hicieron coger un número para hablar con un señor que tenía unos cuchillos muy largos y que cogía peces y los partía en cachos. Yo no veo la utilidad de cortar peces, si no es para tenerlos más pequeños, pero la gente pagaba a aquel señor por partir los peces.
Las señoras se empeñaban en que siempre iban delante que los demás. Y se insultaban y todo. Y los cangrejos se empeñaban en escaparse, aunque el señor del cuchillo siempre los pillaba.
Cuando me toco pedí que me diera unas cosas rojas que me hacían mucha gracia y que él llamó gambas. Yo, modestamente, las gambas siempre he pensado que vienen ya con su ajillo y sus cosas, pero resulta que no, que vienen con una especie de cáscara que no se come ni nada.
Así que me compre las gambas y me fui muy contento porque el señor del cuchillo me enseñó a pelarlas y nunca he hecho nada tan difícil ni divertido. Cosas de la vida.
gambas sin ajillo
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