He practicado durante mucho tiempo pintando manzanas. El carboncillo dejaba marcas en mis dedos. Esta se trasladaba a mi nariz porque me rozaba allí al tocarme sin darme cuenta. Las manzanas, redondas, doradas, no se movían, no tienen movimiento, no tienen caída. Pero he practicado con ellas porque se parecen.
Ellas aparecían cada vez mejor en mis dibujos, más perfectas. Y yo notaba cada vez más que no pintaba las manzanas porque me gustaran, las pintaba porque me recordaban a ti. Cada vez más perfectas, cada vez mejores, más preparado cada vez para el desafío de pintar tus senos redondos y dorados, que se curvan y caen y vuelven a subir un poco. Siempre más preparado para dibujar mordiscos.
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