Andaba yo por la calle cuando mi vecino (otro vecino, resulta que tengo más de un vecino, no sé por qué, yo pensé que las personas eran únicas y cada persona un mundo, resulta que estoy rodeado de mundos, como si esto fuera una constelación y no un edificio) me llamó. Le dí los dos besos de rigor al os que siguió la acostumbrada mirada de extrañeza.
Mira lo que me he comprado. Se había comprado un aparato que se desplaza de un lado a otro contigo dentro, es decir, un coche. Y yo lo vi y le dije, sí, un coche. Y el dijo, no, no es sólo un coche. ¿Qué más es? Le dije yo.
Bueno, es un cochazo. Pero es tan grande, dije, porque el coche no era muy grande, la verdad. Tenía el mismo tamaño que mi tía Patricia, así que imaginen ustedes como es de grande mi tía. No, es un cochazo por lo que tiene por dentro, así que me enseñó el motor.
Yo miré todos esos plásticos, hierros y tubos y dije ¿Está todo en orden? Claro, dijo él. Pues no lo parece, está todo muy liado, ¿por qué los tubos no van rectos y bajan para allá y suben para acá? Porque si no no funciona. Yo me fui enfadado, no veía la ilusión por ningún lado. Pero mi vecino está encantado y se pasa los fines de semana dándole con un trapo al coche. Cosas de la vida.
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