Los chinos tienen algo de hormigas.
Viven en sitios oscuros y normalmente subterráneos, trabajan mucho,
viven miles y miles en un metro cuadrado, son difíciles de
distinguir entre ellos y otras cosas más que no vienen ahora al
caso. Ellos no pretenden hacerse ricos de repente como sí lo
pretendemos nosotros que somos unos ilusos. Ellos quieren ganar un
poquito cada vez que trabajan o hacen un negocio. No tienen un margen
de beneficio elevadísimo, como sí lo tienen las compañías y los
empresarios de por aquí. No. Ellos almacenan su poca ganancia para
engordarla. Así que a ellos todo esto de la austeridad se la trae al
pairo, porque ellos ya son austeros de por sí.
Yo no soy chino, pero voy copiando
algunas cosas de ellos y aunque no puedo ser tan austero como ellos,
estoy mejorando mucho. Pero sobre todo he aprendido a disfrutar de
las cosas gratis. Ese concepto no lo tienen los chinos para los que
no hay nada gratis. Pero nada. Yo les digo que sí. Que hay muchas
cosas gratis. El sol que brillaba hoy en una helada mañana de
invierno era la respuesta. Pero ellos se empeñan en no salir de su
tienda. Yo me he sentado en un banco y he dejado que el sol me diera
en la cara. Todo gratis. Sin austeridad ni problemas. Si consiguiera
enseñarles eso a los chinos, tal vez acababa con su cultura.
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