La ciudad congelada es hermosa. El frío
deja la ciudad quieta. Vacía. Late despacio su pulso y es más
difícil encontrar el mal. Por dentro, la ciudad sigue igual, sigue
horrible y dolorosa, sigue nauseabunda. Es por debajo por donde pasan
las cosas. En lo que no se ve. El sol de invierno alegra los
corazones. Y en los teléfonos móviles y las páginas webs se
producen las verdades, se vuelca el fango.
Esa moral fría y despiadada de ojos
vacíos de dinero que se busca es la única que vale. Llamadas
intempestivas. Sugerencias atroces. Tú eres mi puta. Sólo mía. Hay
golpes y sangre que no se ve. Y a la que no puedo llegar. Pero me
anestesia esta imagen de la ciudad parada, de la ciudad embutida en
guantes y bufanda.
Tú tal vez estés en un lugar cálido,
sin tener que sufrir para salir de la cama, sin tener que pensar si
es frío el día o el alma. Madrugar y salir a caminar la ciudad. El
sol que se rompe arriba y que me ciega un poco de la realidad.
Respiro y te deseo. Y deseo que seas feliz.
La ciudad congelada es hermosa. Tú
también lo eras. Lo eres. No sé dónde estás. No sé si aún
existes. Ni quién eres. Pero eres más hermosa que todas las
ciudades.
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