La ciudad se concentra en los bancos,
en las calles. La gente abarrota todas las partes inútiles de la
ciudad. Nadie hay que tenga algo que hacer. Todos recorremos sus
calles, descansamos sin necesidad en sus bancos. La ciudad es
recorrida por un ejército de fantasmas que no tiene nada que hacer,
que no hace nada, que se queja y se mira con odio porque el otro es
el enemigo, el que te está arrebatando lo tuyo.
Miran los hombres a los hombres. Con
rencor. Con odio. Con ansia de destrucción o usurpación.
Sustituirle. Ser el que tú eres. Quedarme con lo tuyo. Y también
miran a las mujeres. Con más ansiedad. Con ambición de posesión,
de poder tener algo, lo que sea. Algo suyo. Algo para él. Sin
permiso. Sin amor. Sólo suciedad y asco y librarse un rato de esa
sensación de inutilidad, de no merecer nada, de no poder acceder a
esa posesión por otros métodos.
La ciudad se concentra en las partes
inútiles. Recuerdo la sangre que manó por mi culpa. Una mujer pasa
y me recuerda a ti. Te añoro a todas horas. No tengo nada qué
hacer. Sólo recorrer la ciudad en tu busca. Y tú no estás aquí
ya.
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