Como espectador que está sentado en un sillón mientras las cosas pasan ante sus ojos, tengo que confesar que no esperaba ver las cosas que veo. Quiero decir que tras muchos años viendo lo mismo todo el tiempo, no espera que esto fuera a ser no distinto, sino más de lo mismo. Y quiero decir más de lo que había sido hasta ahora.
Cada parte del día es un parte de accidentes. Cada imagen repentina que corta la narración de la carrera es un pequeño drama. Un coche que atropella. Un fémur roto. Un campeón del mundo que se sube medio mareado a la bicicleta.
La dureza del tour estaba en tres factores: la montaña, por supuesto, pero la del Giro siempre lo fue mucho más; el calor, aunque cada vez lo es menos porque el mes de Julio en Francia es cada vez menos caluroso y porque el Tour empieza antes y busca el norte y también la primera semana. El control. La tensión. Las caídas. Las carreteras estrechas, los estrechamientos, las isletas y las rotondas. Todo eso.
Este año no sabremos cómo será la montaña. Pero la primera semana ya ha matado las esperanzas de muchos. Otros habrán de salir. Del caos surgirá, en algún momento, cierto orden.
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