Inconscientemente empecé a cambiar. Al corregirme actitudes, palabras o gestos que creía nuevos los iba cambiando por otros que me eran ajenos, que eran impostados. Pero tras el tiempo los incorporé a mi forma de ser. Formaron parte de mí. Ahora sí que estaba cambiando. Ahora sí que empezaba a ser otro. Era consciente de ello. Era consciente de que no era el yo que había sido siempre. Pese a ello sabía que seguía amándola. Y seguir amándola significaba ser el mismo que era. Porque ese hombre la amaba tanto como yo. Porque ese hombre que se suponía que ya no era yo también la amaba. Y por las mismas razones. Porque era capaz de hacerme reír. Porque sabía entenderme. Porque podía hacer que me entendiera y podía entenderla sin verla durante meses. Y si ambos teníamos las mismas razones, no podíamos ser muy distintos.
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