Puedes intentar controlarlo todo, pero hay veces que nada depende de ti, que todo depende de las circunstancias. Puedes, como pasó hace poco, salir volando mientras piensas en el momento en que vas a atacar. Y acabas sin más atado a un alambre de espino.
Los campeones tienen suerte. Porque a ellos la suerte les sonríe. No es que lo controlen todo. Es que las circunstancias no se dan. Hace unos años un grupo iba poniendo en apuros al todopoderoso Lance Armstrong. Bajaban un puertecillo camino de la ciudad de Gap. Era un día caluroso. El grupo iba por delante y en él el ciclista que había estado con él el podio los últimos años. Parecía que tal vez ese año sí, que ese año podría darse la circunstancia. Pero esta fue otra. La carretera estaba recién embreada, y la brea medio desecha. La bicicleta del aspirante se enredó y este cayó. Se partió la pierna. Perdió ahí casi toda su carrera. El campeón se salió de la carretera. Pero su bicicleta continuó por el campo, un arado en el que encontró el camino justo por el que poder pasar. La suerte del campeón.
Hoy se llega a Gap. Nadie ha tenido este año suerte. Todos han caído. Todos han tenido más o menos problemas. Veremos, pues, quién será el campeón.
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