La ruptura fue de mutuo acuerdo. Había mucho cansancio entre nosotros. Muchos años juntos, mucho sufrimiento. Sabíamos cómo hacernos daño. Y aprovechábamos eso. Pero sí había amor. Eso nunca dejó de haberlo. La cuestión era otra. Si yo era el mismo hombre, si sigo el mismo hombre, no entendía por qué ahora ya no me quería. No había cambiado nada en mí. Nada había empeorado. No tenía peor humor. Ni peor aspecto. No era más duro o cruel con ella. No diferían mis palabras ni mis actos de los que siempre tuve. No es que fuera rutinario. Es que era el mismo hombre. El que había ido siendo mientras ella y yo nos amábamos. Esa cuestión es la que aún me preocupa. La de que siendo el mismo hombre ella ya no quisiera estar conmigo. Incluso que quisiera dejar de quererme. Porque no sé si la hice daño siendo yo. Si es que nunca amó el hombre que soy. Si es que me hice insoportable para ella. Yo la sigo amando. Porque sigo siendo el mismo hombre. Y como soy el mismo hombre, puedo seguir amándola sin tenerla. Ella lo sabe. Yo se lo dije.
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