El poder es una cosa extraña. Muchos lo desean y otros no quieren ni verlo. Tal vez tenga que ver con la teoría de los machos. Hay quien es tan omega que eso de tener que mandarle a otro le da un poco de repelús. O pereza. Otros hacen lo que sea por conseguirlo. Y no me extraña si pasa como con Berlusconi que ha comprendido que el poder le otorga la capacidad de hacer lo que quiera. Llega al poder y cambia las leyes según su propia conveniencia. Ni corrupción, ni estafa, ni prevaricación. Puedo hacer lo que quiera y no pasa nada. Casualmente esto ya pasaba con los romanos, que hasta alargaban o acortaban el año para poder mantenerse más tiempo en el poder.
La cuestión es que hay delitos que no se pueden pasar por el alto y esto que se supone ha hecho ha mosqueado hasta al Vaticano. Que un catolicísimo como Berlusconi se haya prestado a esto no lo comprende el Santo Padre, que entiende que si está mal en un sacerdote, también estará mal en un político, más si es presidente.
Lo que habría que pensar es qué clase de país es ese que permite que una y otra vez pasen estas cosas. Y ellos dirán, uno muy parecido al que reelige a alcaldes, presidentes de diputación y demás. Y tendrán razón. Aunque lo suyo sea más sangrante. Lo que no es un consuelo, la verdad.
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