Recibo un correo electrónico. Abro la ventana porque hace un día estupendo, respiro el aire exterior y disfruto como un enano. Ver la realidad mola más que vivirla, así que la miro un rato y luego vuelvo a lo mío. Eso sí, sin moverme de casa. Vuelvo al ordenador y abro el correo, si envías esto a 100 personas en dos minutos serás afortunado de por vida. Bien, pienso, quién no quiere que la fortuna sonría toda su vida. Sólo un lerdo.
Así que reenvío el mensaje y a en dos minutos me llega el mismo correo no duplicado, ni triplicado, sino multiplicado 100 veces por 100. Es un exceso me digo. No todos podremos tener buena suerte, porque muchas veces mi buena suerte depende de la mala suerte de los demás, así que si yo me encuentro 20 euros será porque alguien los ha perdido, yo tendré buena suerte, pero el que los pierda la tendrá mala.
Cuelgo esa reflexión en mi twitter, para que todos mis seguidores (que son 5) la vean, y la pongo en el facebook para que todos mis amigos (que son 254) la vean también. Todos me dan la razón, pero se quedan con que ellos tienen buena suerte.
Total, que paso todo el día acojonado y agarrado a la mesa, que es de madera, si es por estadística, yo seré el que tendrá que tener mala suerte.
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