20 de octubre de 2010. Esta mañana al pasar la carretera ya no vi el cadáver del gato muerto. Al fin alguien hizo su trabajo y lo recogió. Debe ser un trabajo asqueroso el de recoger los animales muertos por los coches. Alguien tiene que hacerlo, pero nunca he visto a nadie hacerlo. Luego los cargarán en camiones y se desharán de ellos. ¿Los quemarán? ¿Los enterrarán?
La ciudad estaba triste. No estaba triste por la muerte de un gato. Hay cierta tristeza en este sol de octubre. Porque es un sol que no calienta. Es un sol que se acaba. Y todo lo que se acaba tiene algo triste. Esta carretera será triste cuando se acabe, aunque haya llegado a mi destino.
Creo que soy yo el que está triste, no por un gato que se muere, ni por un sol que se acaba, es una tristeza indefinida. Ignoro toda la putrefacción de la realidad, su perversidad de sexo y sueños y mentiras desde hace mucho tiempo. Ya casi no noto nada. He conseguido hacer de mí un hombre que no siente. Algún día seré un hombre que no vive. Ya casi no me doy cuenta del tiempo que hace que te fuiste.
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