27 de octubre de 2010. Las imágenes de la ciudad muestran una alegría que no existe. La televisión, la radio, internet, muestran sonrisas por todas partes, mienten constantemente. Pero la gente por las calles no sonríe, no se saluda, no se mira. Parecen todos asustados, enfadados, parece como si planearan asesinar al vecino.
Desde el coche todo parece sucio. Una capa gris de suciedad lo envuelve todo. El sol no hace más que evidenciar esa oscuridad, esa suciedad. Casi no calienta. Casi no llega. Es la porquería que soltamos todos, que todos volvemos a respirar. Nada se destruye. Todo vuelve a nosotros. Nuestra propia porquería acabará pudriendo nuestros pulmones.
La lluvia podría limpiarlo todo, pero ni la lluvia quiere venir. La ciudad y toda su porquería se hacen cada vez más evidentes. Todo el sexo vacío y las mentiras y el falso amor, toda la violencia de las miradas y de los gestos, todo lo muerto que hay entre en las gentes, en cómo nos miramos y no nos aguantamos entre nosotros, a nosotros mismos, acabará por explotar. No dejo de escuchar aquella canción.
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