La historia de un
hombre del oeste americano que pierde a su familia y que decide
vengarse de aquellos que acabaron con sus seres queridos no es nueva,
se ha repetido y repetido en el género hasta ser uno de sus clichés.
Un justiciero con una pistola y un caballo, solo en un páramo,
azotado por el frío o por el sol más duro son la imagen típica del
western.
Pero hacer de ese
héroe un soldado confederado que se niega a rendirse a los soldados
del Norte, a los unionistas de Lincoln, es una cosa distinta. Además
de ser confederado, los unionistas son los malos, y lo son con una
saña y una cobardía difíciles de igualar, matando a un pelotón
que se rinde, gobernados por un senador del gobierno que pretende
acabar con cualquier resistencia en Kansas.
Hasta ahí
construiríamos un western diferente, y si además incluimos una
tribu india beligerante, que presuntamente va a atacar el rancho del
héroe, tenemos todos los ingredientes clásicos. Pero el héroe, el
renegado sureño, llega a un acuerdo con los indios, intercambia con
ellos su palabra y su sangre, y ninguno de ellos es atacado o muere.
Esta película es El
fuera de la ley, y es todo un manifiesto contra la guerra, aunque
hecho desde la violencia. Muestra a un héroe movido por las
circunstancias, un héroe que busca la justicia y la venganza, pero
que está dispuesto por ello a abandonar la sociedad o la humanidad.
Así rescata a indios y colonos y va haciendo su propio y pacífico
grupo que sólo quiere vivir tranquilo y cultivar su campo.
En la escena final
Clint Eastwood, protagonista de la película, se enfrenta al hombre
que entregó a su pelotón a los unionistas, pero lo hace, recordando
el respeto y la camaradería que los unió, con palabras y tampoco
hay una venganza contra él.
Un western que
mezcla todos los ingredientes clásicos del género con otro enfoque
dando lugar a una película que es a la vez violenta y tierna, que
muestra todo el dolor de la guerra y que es un grito contra la
violencia y por la convivencia pacífica, sin olvidar la justicia y
la venganza.
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