Con las varias noticias, comentarios y rumores que circulan, es difícil tener una opinión favorable de la SGAE. Parece un grupo muy poco homogéneo, que está siempre o casi siempre en continua riña, que quiere sacar rédito de absolutamente todo, y que, pese a ello, sólo consigue beneficios para unos pocos de sus socios.
La SGAE funciona casi como una metáfora del poder político. Unos dirigentes que están en la prensa por delitos varios relacionados con las finanzas que los demás les dejan administrar. Y que además gobiernan y tratan abusivamente a sus gobernados.
Además de gestionar derechos de autor de diversos medios, los dirigentes pensaron que el negocio estaba en el sector inmobiliario. Pero parece ser que no les salió demasiado bien. Gastaron, entre otras inversiones, 81 millones de euros en dos teatros de la Gran Vía madrileña que ahora quieren vender por 58.
Pero ni siquiera esa cuestión está clara, porque parte de los asociados quieren tener potestad para votar si esa decisión es buena o no, si quieren o no vender los teatros. Una gestión económica que está a punto de llevar a la quiebra a la entidad y la constante lucha de poder está en el fondo de estas polémicas.
Mientras, los derechos de autor están gestionados por esta entidad que entrega a sus asociados los réditos de lo que crearon. Un sistema difícil de reproducciones, ventas y demás que requiere de mucho esfuerzo y de mucha técnica y vigilancia.
Una cuestión difícil, que nos lleva a pensar en las manos en los que están los derechos de tantas y tantas obras que apreciamos. Al hacer uso de ellas no siempre contribuimos a que ese autor prospere y se gane la vida, sino que aportamos a una entidad ruinosa, judicializada y compleja que se gana a pulso el mal nombre que tiene.
La SGAE funciona casi como una metáfora del poder político. Unos dirigentes que están en la prensa por delitos varios relacionados con las finanzas que los demás les dejan administrar. Y que además gobiernan y tratan abusivamente a sus gobernados.
Además de gestionar derechos de autor de diversos medios, los dirigentes pensaron que el negocio estaba en el sector inmobiliario. Pero parece ser que no les salió demasiado bien. Gastaron, entre otras inversiones, 81 millones de euros en dos teatros de la Gran Vía madrileña que ahora quieren vender por 58.
Pero ni siquiera esa cuestión está clara, porque parte de los asociados quieren tener potestad para votar si esa decisión es buena o no, si quieren o no vender los teatros. Una gestión económica que está a punto de llevar a la quiebra a la entidad y la constante lucha de poder está en el fondo de estas polémicas.
Mientras, los derechos de autor están gestionados por esta entidad que entrega a sus asociados los réditos de lo que crearon. Un sistema difícil de reproducciones, ventas y demás que requiere de mucho esfuerzo y de mucha técnica y vigilancia.
Una cuestión difícil, que nos lleva a pensar en las manos en los que están los derechos de tantas y tantas obras que apreciamos. Al hacer uso de ellas no siempre contribuimos a que ese autor prospere y se gane la vida, sino que aportamos a una entidad ruinosa, judicializada y compleja que se gana a pulso el mal nombre que tiene.
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