Total que al final ha llegado el
apocalipsis. Encendí la tele y lo vi en directo. O ponía que era en
directo. No puede uno nunca fiarse. Eso, sí, no se parecía a lo que
yo esperaba. No había fuego, humo y tierra que se abría y se
tragaba a la gente. No se caían los edificios. El mar no entraba en
la tierra y se llevaba todo lo que había por allí.
La cuestión era más simple. Más
sutil. Pero evidente para una mente preclara como la mía. El
apocalipsis era un señor con corbata decía que otro se marchaba y
no volvería. ¿Cómo iba a provocar eso el apocalipsis? Pues sí, lo
provocaría. Porque ahora lo ganarían todo los mismos. Triunfaría
el pensamiento único y nada más podría existir. Mis amigos chinos
sólo podrían vender los productos de una marca y allí donde sólo
hay una marca, sólo un elemento no hay diferencia. Y un mundo donde
todo es igual y donde ni siquiera se distinguen las imitaciones de
los chinos es un mundo que no se puede vivir.
Supongo que aún queda esperanza, que
ningún apocalipsis es definitivo excepto el personal, pero yo me he
metido en la tienda de mis amigos y no pienso salir en varios días.
Borracho, ahíto de sexo y de drogas. Este mundo ya no me interesa.
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