Miguel ha salido a correr. A veces lo
hace sin convicción, sólo por costumbre. Se ha acostumbrado al
hecho de calzarse las zapatillas, ponerse la ropa, ajustarse la cinta
del pulsómetro. Cuando comienza el pulso se le dispara, pero poco a
poco, respirando lentamente, con zancadas cortas va bajando el ritmo
de su corazón.
Todo eso forma parte de una rutina.
Respirar. Concentrarse. Pensar en el ritmo. Miguel no se pone música
para correr. Le gusta que sus sentidos estén atentos a todo. Que
vean y oigan cuanto sucede a su alrededor. Pero al rato todo
desaparece y sólo está él y su respiración. Ni siquiera tiene la
sensación de estar corriendo. Sólo de que se mueve.
No piensa en nada Miguel. Y se le queda
la mente limpia, vacía. Puede aclararse. Saber qué sucede y por
qué. Piensa en Sonia. En que se ha equivocado. Y por eso corre más.
A una velocidad mayor. Va a ser su penitencia hoy. Trata de hacerse
daño. El dolor expía los pecados y ayuda a olvidar. A perdonarse.
Pero lo que aún no sabe Miguel es el
por qué de su error. En qué está mal lo de Sonia. No ha encontrado
la respuesta. Aunque al menos ha podido huir.
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