Se desconcierta la ciudad en el otoño
suspendido. Los árboles pierden sólo una parte de sus hojas. Su
agonía es lenta y estúpida. El calor y el frío se repiten día y
noche, se reparten los tiempos. Las gentes se visten ridículas sin
saber a qué atenerse. Si es el calor de sus cuerpos o el de la calle
el que los llama.
Los teléfonos no dejan de sonar. Se
buscan unos a otros en las noches frías. Se miran unos a otros en
los días cálidos. Se añoran en las noches frías. Los teléfonos
no dejan de sonar, pero todo el mundo está callado. Hablan pero no
dicen nada. No saben nada. No quieren descubrirse.
Hablaba contigo y no importaba. Te
contaba mi vida tal como era. Sórdida y triste. Y tú sonreías. Mi
vida me perseguía y yo te la entregaba en palabras. Tú la cogías y
la acunabas. Esa es la verdad. Tú podías escucharme. Tú querías
escucharme. Yo te oía a ti. Era perfecta la comunicación. Era única
la comunicación. Ahora la ciudad me atrapa y digo cosas sin sentido
y sin querer. Nadie me escucha. No escucho a nadie. Sólo miro. Sólo
soy unos ojos que observan y juzgan y castigan. Sólo soy un hombre
sórdido y solitario que no puede decir qué está sintiendo, qué
está viendo.
Se desconcierta la ciudad en el otoño
suspendido. Antes eras tú quién suspendía el otoño en mi casa, en
mi cama. Ahora siempre es invierno a mi lado.
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