El frío atenaza mis manos. Me duelen horriblemente al escribir mi diario. La ciudad está gris desde hace días y yo tengo que frotar mis manos continuamente mientras trato de escribir. No pueden mis manos seguir la velocidad de mi mente, se quedan fijas y duras y me duelen mientras aprieto los dientes y sigo escribiendo.
Los últimos días todo está raro, hay una mezcla de alegría y de tristeza en las calles. Las gentes caminan con paquetes enormes en las bolsas, pero la ciudad muestra una cara fría y dura, triste. No terminan las gentes de estar seguras de sus compras de sus objetivos. ¿De qué servirá esto? Parecen preguntar.
Pero con un fondo práctico. ¿De qué sirve hacer regalos si luego no me los devuelven? He ahí la pregunta. No se preguntan de qué sirven las colonias anunciadas en la tele, ni los discos que nadie pondrá nunca, sólo se preguntan por su premio. No por si lo han merecido, por si han provocado lágrimas o dolor.
Me duelen las manos al escribir. Me duelen al recordar los pasos de la gente, sus besos gastados, su suciedad. Pienso en tu regalo, pero sólo se me presenta tu sonrisa.
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