En el actual sector
editorial parece que las novelas se compran más por peso que por el
contenido. Pagar veinte euros por una novela nos parece bien siempre
y cuando esa novela tenga ochocientas o novecientas páginas, que sea
voluminosa. Entonces sí que parece una novela y seguro que, entre
tantas páginas, hay lugar para muchas historias, para muchas
aventuras y para algo realmente bueno.
En muchas ocasiones,
sin embargo, son las novelas medias o cortas las que mejor plasman la
realidad, las que tienen una cantidad mayor de literatura. En
proporción, esas novelas cortas pueden igualar y desbancar sin
problemas a una novela que sobrepase las novecientas páginas y que
tenga además varias partes.
Muchos son los
ejemplos de estas novelas (y ojo, hablamos de novelas, no de cuentos,
que pertenecen, dentro de la misma categoría, a un nivel con
cualidades distintas). La literatura inglesa ha dado múltiples
ejemplos de esas novelas que sin llegar a las doscientas páginas
pueden revelarse como auténticas obras maestras del género.
Otra vuelta de
tuerca de Henry James, El corazón de las tinieblas de Conrad son
ejemplos de narraciones construidas en esas distancias y que
encuentran además de un gran acierto argumental, un forma de narrar,
unas técnicas y unos personajes que tienen más profundidad que los
encontrados en otras novelas mucho más extensas.
Mucho mérito tiene
mantener la tensión narrativa, la capacidad de ajustar la técnica y
el argumento en novelas mayores, en novelas que requieren muchas
horas de composición y lectura, pero las novelas cortas,
desprestigiadas por su tamaño, tienen mucho que decir.
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