Los periódicos
escupen continuamente noticias sobre el Greco, sobre su exposición,
sobre su modernidad, sobre su hijo, sobre su homosexualidad, sobre su
vigencia. Muerto hace siglos, el griego de Toledo sigue dando que
hablar, sigue en el día a día, sigue, en cierta forma, vivo.
Durante el
Renacimiento se habló de una segunda forma de vida, de una forma de
perduración en este mundo que, sin embargo, es tan efímero. Ese
forma de quedar, de permanecer es la fama. Realizar algo loable,
perdurable, recordable.
Sin duda es lo que
le ha sucedido al Greco, pero también a muchos otros que en sus
campos destacaron. Consiguieron, tal vez a propósito, tal vez por un
mero accidente o por casualidad o incluso a su costa, seguir vivos
durante años y años.
Esa idea de la fama
como vida futura ya está en las Coplas a la muerte de su padre de
Jorge Manrique que consiguió su objetivo de que la vida de su padre
quedara para siempre inmortalizada, de que su padre no muriera del
todo nunca. Rodrigo Manrique, inmortalizado por su hijo, sigue vivo
para muchos que lo recuerdan en sus acciones y en los versos de su
hijo, que pasó con él a la historia.
El mismo Juan Ramón
Jiménez habla de algo similar, de una perduración de la belleza y
de la poesía en algunos de sus poemas. Con su magistral manejo de
conceptos abstractos, Juan Ramón sabe que puede conseguir una vida
más allá de la que ha vivido, y sin duda lo consiguió, viviendo
además como en vida, rodeado de admiradores y difamadores, de justos
y de maltratadores.
Cuando el último de
los asistentes al concierto de anoche de los Rolling haya muerto, es
probable que el eco de ese concierto perdure, pues para eso son estos
eventos, para contarlos para perpetuarlos más que para vivirlos.
Habrá sido contado y recontado, pasado de generación en generación.
Entonces la fama lo mantendrá vivo. Porque la fama mantiene con vida
lo pasado. Sea o no necesario.
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