Al lado de la contrario de la evasión pura y dura de la que hablábamos ayer, pero también siendo una forma de evasión, está otro tipo de literatura no en el concepto de escritura imaginativa sino de escritura pura y dura: la literatura humanística.
Arrinconadas en los planes de estudios y en las leyes educativas porque se supone que de ellas no puede sacarse nada práctico, es decir, que con ellas no puede hacerse dinero, las humanidades son cada vez más ninguneadas, más olvidadas, más maltratadas.
La historia, la filosofía, los tratados sobre literatura o lingüística sirven también para que quien los lee se evada de la realidad, al menos de la más cercana. Pero se hace mientras se tiene un conocimiento cada vez mayor de la realidad, de lo que sucedió, de lo que podría suceder, de la ciencia especulativa.
Pocas colecciones editoriales, pocos lectores y poco interés por parte de editores y publicistas, las humanidades sirven para algo que va más allá de la mera utilidad de las llamadas ciencias, sobre todo las aplicadas, sirven para la vida.
Haber leído la Odisea, las Meditaciones de Marco Aurelio o al historiador Estrabón no sirve para manejar cifras macroeconómicas o para hacer una endodoncia, pero sirve para conocer la vida, para conocer la realidad, sirve durante toda la vida, porque con ellas, a través de ellas, se ve cómo se desarrolló la vida de otros, cómo habría de ser la nuestra.
Las humanidades siguen perdiendo batallas y algún día perderán la guerra. Impiden, con itinerarios restringidos, que los alumnos de ciencias puedan acercarse a ellas. Impiden que sus alumnos puedan acceder a otros conocimientos. Y así, poco a poco, van desapareciendo de la realidad que ellas mismas documentan.
Arrinconadas en los planes de estudios y en las leyes educativas porque se supone que de ellas no puede sacarse nada práctico, es decir, que con ellas no puede hacerse dinero, las humanidades son cada vez más ninguneadas, más olvidadas, más maltratadas.
La historia, la filosofía, los tratados sobre literatura o lingüística sirven también para que quien los lee se evada de la realidad, al menos de la más cercana. Pero se hace mientras se tiene un conocimiento cada vez mayor de la realidad, de lo que sucedió, de lo que podría suceder, de la ciencia especulativa.
Pocas colecciones editoriales, pocos lectores y poco interés por parte de editores y publicistas, las humanidades sirven para algo que va más allá de la mera utilidad de las llamadas ciencias, sobre todo las aplicadas, sirven para la vida.
Haber leído la Odisea, las Meditaciones de Marco Aurelio o al historiador Estrabón no sirve para manejar cifras macroeconómicas o para hacer una endodoncia, pero sirve para conocer la vida, para conocer la realidad, sirve durante toda la vida, porque con ellas, a través de ellas, se ve cómo se desarrolló la vida de otros, cómo habría de ser la nuestra.
Las humanidades siguen perdiendo batallas y algún día perderán la guerra. Impiden, con itinerarios restringidos, que los alumnos de ciencias puedan acercarse a ellas. Impiden que sus alumnos puedan acceder a otros conocimientos. Y así, poco a poco, van desapareciendo de la realidad que ellas mismas documentan.
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