Se prolonga el invierno en la ciudad agotada. Convencidos por el calendario esperábamos ya un respiro de sol y de ternura. Pero el invierno sigue duro y sigue frío. Llueve. La ciudad se moja en sí misma. En su podredumbre. En su hambre.
Las muchachas hambrientas saltan de calle en calle. Los pobres buscan en la basura. Los amorales buscan con ellos. Los que gastan el dinero en sí mismos no piensan más que en sí mismos, más que en su propia vida, en su propia y única satisfacción.
El hambre lo cubre todo. Todos los hambres. Hambre de carne. De frescura. Hambre de muchachas absurdas y estúpidas. Hambre, hambre, hambre. Los pobres tienen demasiada dignidad para confesar su hambre, su necesidad. La ciudad lo riega todo con podredumbre, con frío, con un manto gris que no acaba de pasar para que todo acabe de brillar, de refulgir de una vez. Aunque sea mísero. Aunque sea vomitivo.
Se prolonga el invierno en la ciudad agotada. Trato de olvidarte mirando muchachas hambrientas y estúpidas como tú lo fuiste un día. Vuelvo a casa, pero no vuelvo a ti.
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