La ciudad festiva está envuelta en una bruma grisácea y desapacible. Es difícil vivirla, verla, pasearla. La lluvia y el frío te sorprenden a cada paso. En los ojos de la gente se ven la prisa y el ansia. El dinero lo bloquea todo, lo compra todo, lo vende todo.
Cada vez más gente vuelca cubos de basura. Cada vez más gente busca en ellos. Los días festivos son los preferidos de los que revuelven entre los desperdicios de la ciudad. Son los días que pueden encontrar tesoros. La otra parte arroja los desperdicios de una vida que pueden formar otra mucho mejor.
Todo está en venta bajo el cielo plomizo y húmedo. Las vírgenes. Las bocas. Las manos. Las hijas y las madres. Buscando el sexo fácil y barato muchos trasiegan en la ciudad mojada. Caminan sus calles despacio valorando los precios. Un mar subterráneo de amor vendido y sexo contratado camina por los intestinos de la ciudad. Y ni la lluvia ni los abrazos familiares de los días de fiesta pueden curarlo.
La ciudad festiva busca diversiones con que entretener su mente húmeda, diversiones distintas a ver llover y esquivar paraguas. Los días festivos te gustaba el desayuno en la cama.
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