Porque están en nuestra memoria, tal vez en una marca genética que nos hace recordar y tener siempre su idea y quizá su deseo en la mente. Y ese recuerdo tiene que ver con el principio cuando sólo éramos dos y nada más que dos. Y ella mordió la manzana. Es la manzana. Por eso. Porque nos recuerda a la manzana primera, la carnosidad, el dulzor. Porque es el pecado primero y único y pequeño que tenemos y que tenemos que repetir.
Porque nos recuerda también el calor y el primer recuerdo mismo. El de las papilas gustativas y el calorcito primero que buscamos y nos dieron, la suavidad, el candor. Somos de nuevo pequeños y frágiles cuando las vemos y las miramos fijos porque de una manera que no entendemos lo recordamos y sabemos que esa fue nuestra primera casa.
Porque se nos parecen a tantos juegos de niños, que incluso después de niños nos encantan, que no podemos evitar desear volver a la infancia y jugar. Y ser libres de nuevos. Son los balones en el patio y todos a por la pelota o los globos que hinchábamos y veíamos volar sólo por verlos volar con la libertad de dejar que el viento te lleve.
Porque terminan en una punta que se parece muchas veces, tantas veces, a la yema del dedo meñique. De ese frágil y extraño y útil dedo pequeño. Y nos gusta tanto acariciar ese dedo pequeño y estrecharlo con nuestro dedo pequeño como en un pulso o en un abrazo, porque a veces se siente dolor en ese pulso en ese abrazo, porque muchas veces se siente todo en ese pulso, en ese abrazo.
Porque son grandes o pequeñas y tienen una marca o un recuerdo o simplemente una expectativa, y da igual como sean porque todo el tiempo es lo mismo y es bello el desafío a la realidad, al peso y la gravedad que mantienen y que desde el otro lado no terminamos de entender cómo funciona cómo se mantiene ese desafío sin acabar abandonando.
Porque grandes o pequeñas sirven igual y gustan igual, porque en el tamaño no hay nada que las distinga, que las haga mejores, porque es como la vida, los pequeños y los grandes son iguales de tontos o listos, de buenos o malos de amados u odiados.
Porque tienen un balanceo hipnótico. Y las miramos y estamos dormidos en un mundo mejor, en un mundo más dulce. Hipnotizados, trasportados. Y nos cae una baba y en ella, en ese pequeño punto, hay siempre un aleph, un punto donde todo el universo está contenido y reflejado. Una realidad completa desde cualquier punto de vista.
Porque ese balanceo nos hipnotiza, sí, y volamos y vemos, al fin, el Nirvana, el punto del espacio en el que somos al fin felices y donde todo, al fin, tiene comprensión, tiene capacidad de ser entendido al fin. Y lo hemos alcanzado. Sabemos. Somos felices.
Por eso y por muchas más cosas nos gustan.
Porque nos recuerda también el calor y el primer recuerdo mismo. El de las papilas gustativas y el calorcito primero que buscamos y nos dieron, la suavidad, el candor. Somos de nuevo pequeños y frágiles cuando las vemos y las miramos fijos porque de una manera que no entendemos lo recordamos y sabemos que esa fue nuestra primera casa.
Porque se nos parecen a tantos juegos de niños, que incluso después de niños nos encantan, que no podemos evitar desear volver a la infancia y jugar. Y ser libres de nuevos. Son los balones en el patio y todos a por la pelota o los globos que hinchábamos y veíamos volar sólo por verlos volar con la libertad de dejar que el viento te lleve.
Porque terminan en una punta que se parece muchas veces, tantas veces, a la yema del dedo meñique. De ese frágil y extraño y útil dedo pequeño. Y nos gusta tanto acariciar ese dedo pequeño y estrecharlo con nuestro dedo pequeño como en un pulso o en un abrazo, porque a veces se siente dolor en ese pulso en ese abrazo, porque muchas veces se siente todo en ese pulso, en ese abrazo.
Porque son grandes o pequeñas y tienen una marca o un recuerdo o simplemente una expectativa, y da igual como sean porque todo el tiempo es lo mismo y es bello el desafío a la realidad, al peso y la gravedad que mantienen y que desde el otro lado no terminamos de entender cómo funciona cómo se mantiene ese desafío sin acabar abandonando.
Porque grandes o pequeñas sirven igual y gustan igual, porque en el tamaño no hay nada que las distinga, que las haga mejores, porque es como la vida, los pequeños y los grandes son iguales de tontos o listos, de buenos o malos de amados u odiados.
Porque tienen un balanceo hipnótico. Y las miramos y estamos dormidos en un mundo mejor, en un mundo más dulce. Hipnotizados, trasportados. Y nos cae una baba y en ella, en ese pequeño punto, hay siempre un aleph, un punto donde todo el universo está contenido y reflejado. Una realidad completa desde cualquier punto de vista.
Porque ese balanceo nos hipnotiza, sí, y volamos y vemos, al fin, el Nirvana, el punto del espacio en el que somos al fin felices y donde todo, al fin, tiene comprensión, tiene capacidad de ser entendido al fin. Y lo hemos alcanzado. Sabemos. Somos felices.
Por eso y por muchas más cosas nos gustan.
Globos, fiesta, felicidad
1 comentario:
je je je!
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