La amante del conductor, del camionero, casi corría por la calle. Llegaba tarde a su cita. Aquel hombre con el que se acostaba por razones que no recordaba, y por compensaciones materiales, la había entretenido mucho y ahora tenía que correr, que darse prisa porque el otro hombre, el hombre al que quería, se cansaría de esperar de un momento a otro.
La guapa secretaria, inmensamente guapa, demasiado guapa incluso, no estaba contenta nunca. No encontraba nada de lo que buscaba. Todavía no había encontrado lo que buscaba. Ni un trabajo como el que quería. Ni un hombre como el que quería. Ni una vida como la que soñaba. Ni una casa, un coche, un estímulo como el que necesitaba.
Muchos hombres, casi todos los hombres, se le acercaban. Y ella sabía por lo que era. Sólo por su belleza. Por su turgencia. Por el conjunto bonito que todas las cosas que la naturaleza le había dado.
Pero ese lado de su vida no lo cultivaba. Era así. Hermosa. Pero no trataba de parecerlo. No explotaba su imagen. No cuidaba en exceso su belleza. Simplemente era lo que había. Era lo que era.
Los otros lados sí que los cultivaba, los trataba. Tenía una conversación interesante, conseguida a través de años de hablar con gente, de estudiar, de gustar de la conversación. Era una mujer simpática, divertida, inteligente, independiente.
Tal vez esos fueran sus defectos. Su amigo homosexual se lo decía. Los hombres se asustan de las mujeres independientes, fuertes, inteligentes. Les dan miedo no quieren nada con ella.
Y ella seguía buscando. Un hombre que hiciera latir su corazón al ritmo adecuado, que hiciera que el corazón pareciera verdaderamente una máquina de golpear y golpear y golpear. Un trabajo que motivara sus ganas de levantarse. Que hiciera que su corazón tuviera ganas de hacer las cosas. Una vida como la que buscaba.
Pero cómo era esa vida de corazón caliente no lo sabía. Y así acababa por irse a la cama con cualquier hombre mínimamente interesante. Muchas veces sin ninguna esperanza. Sabiendo que desde el principio eso sería un fracaso. Y así era.
Y eso la llevaba en un círculo vicioso en un círculo peor aún que el otro, con una sensación de odio a la vida y a sí misma que no podía evitar. Y su corazón latía mal, raro, triste. Y su vida era triste, mala, rara.
Con ese hombre con el que se iba ahora todo sería distinto. Era un hombre feo. Amargado. Duro. Frío. Era un hombre más fuerte que los demás. O eso parecía. O eso quería creer su corazón.
Homosexual y conservador era una mezcla muy extraña. Se entregaba a aquellos que negaban su existencia que le consideraban anormal, fuera de lugar, antinatural. Bebía demasiado últimamente. Salía demasiado. Follaba demasiado poco. La vida se le estaba poniendo dura. El corazón se le estaba poniendo duro. Tenía que dejar de negarse a sí mismo.
La guapa secretaria, inmensamente guapa, demasiado guapa incluso, no estaba contenta nunca. No encontraba nada de lo que buscaba. Todavía no había encontrado lo que buscaba. Ni un trabajo como el que quería. Ni un hombre como el que quería. Ni una vida como la que soñaba. Ni una casa, un coche, un estímulo como el que necesitaba.
Muchos hombres, casi todos los hombres, se le acercaban. Y ella sabía por lo que era. Sólo por su belleza. Por su turgencia. Por el conjunto bonito que todas las cosas que la naturaleza le había dado.
Pero ese lado de su vida no lo cultivaba. Era así. Hermosa. Pero no trataba de parecerlo. No explotaba su imagen. No cuidaba en exceso su belleza. Simplemente era lo que había. Era lo que era.
Los otros lados sí que los cultivaba, los trataba. Tenía una conversación interesante, conseguida a través de años de hablar con gente, de estudiar, de gustar de la conversación. Era una mujer simpática, divertida, inteligente, independiente.
Tal vez esos fueran sus defectos. Su amigo homosexual se lo decía. Los hombres se asustan de las mujeres independientes, fuertes, inteligentes. Les dan miedo no quieren nada con ella.
Y ella seguía buscando. Un hombre que hiciera latir su corazón al ritmo adecuado, que hiciera que el corazón pareciera verdaderamente una máquina de golpear y golpear y golpear. Un trabajo que motivara sus ganas de levantarse. Que hiciera que su corazón tuviera ganas de hacer las cosas. Una vida como la que buscaba.
Pero cómo era esa vida de corazón caliente no lo sabía. Y así acababa por irse a la cama con cualquier hombre mínimamente interesante. Muchas veces sin ninguna esperanza. Sabiendo que desde el principio eso sería un fracaso. Y así era.
Y eso la llevaba en un círculo vicioso en un círculo peor aún que el otro, con una sensación de odio a la vida y a sí misma que no podía evitar. Y su corazón latía mal, raro, triste. Y su vida era triste, mala, rara.
Con ese hombre con el que se iba ahora todo sería distinto. Era un hombre feo. Amargado. Duro. Frío. Era un hombre más fuerte que los demás. O eso parecía. O eso quería creer su corazón.
Homosexual y conservador era una mezcla muy extraña. Se entregaba a aquellos que negaban su existencia que le consideraban anormal, fuera de lugar, antinatural. Bebía demasiado últimamente. Salía demasiado. Follaba demasiado poco. La vida se le estaba poniendo dura. El corazón se le estaba poniendo duro. Tenía que dejar de negarse a sí mismo.
Bella, leyendo
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