No he querido saber y he sabido. No tenía intención, ni deseo, no tenía esta vez curiosidad, pero he sabido, no porque haya querido saber, porque necesitara saber sino porque era imposible no saber.
No he querido saber y he sabido porque las cosas a veces, sin tú quererlo, se producen ante ti, sin más posibilidades, sin evitación, sin huida, sin poder no querer saber.
Así sucedió, que sin querer yo supe. Y fue algo que nunca quise saber, algo que no necesitaba ni tal vez debía saber, esas cosas, esos hechos o palabras que no son necesarios para la vida, para la verdad, para nada.
Descubrí la verdad sin proponérmelo, por el sólo hecho de observar un poco alejado lo que sucedía. Aquella mujer que siempre consideraba perfecta, ella, a la que miraba, a la que tantas veces comparaba con otras para saber cuál era la mejor, la más perfecta, el más bello exponente de todo, ELLA, al fin y al cabo, tenía un error.
Pero no era uno de esos errores amables, una cicatriz que acariciar, una palabra mal pronunciada, un modo erróneo de mirar, mirando muchos más arriba de lo necesario, era un error imperdonable, uno de esos errores que hacían imposible ya la perfección. Y desde entonces todo fue peor. Y ella que era perfecta cayó en su valoración o estima o deseo a puntos muy bajos. Porque ya no era esa mujer perfecta, que nunca tendría pero que podría siempre soñar. Porque ahora era un error.
No he querido saber y he sabido. Y la verdad, de un modo inevitable, ha modificado la realidad, no sé si empeorándola, pero sí obligándome a buscar de nuevo, a modificar su visión.
No he querido saber y he sabido porque las cosas a veces, sin tú quererlo, se producen ante ti, sin más posibilidades, sin evitación, sin huida, sin poder no querer saber.
Así sucedió, que sin querer yo supe. Y fue algo que nunca quise saber, algo que no necesitaba ni tal vez debía saber, esas cosas, esos hechos o palabras que no son necesarios para la vida, para la verdad, para nada.
Descubrí la verdad sin proponérmelo, por el sólo hecho de observar un poco alejado lo que sucedía. Aquella mujer que siempre consideraba perfecta, ella, a la que miraba, a la que tantas veces comparaba con otras para saber cuál era la mejor, la más perfecta, el más bello exponente de todo, ELLA, al fin y al cabo, tenía un error.
Pero no era uno de esos errores amables, una cicatriz que acariciar, una palabra mal pronunciada, un modo erróneo de mirar, mirando muchos más arriba de lo necesario, era un error imperdonable, uno de esos errores que hacían imposible ya la perfección. Y desde entonces todo fue peor. Y ella que era perfecta cayó en su valoración o estima o deseo a puntos muy bajos. Porque ya no era esa mujer perfecta, que nunca tendría pero que podría siempre soñar. Porque ahora era un error.
No he querido saber y he sabido. Y la verdad, de un modo inevitable, ha modificado la realidad, no sé si empeorándola, pero sí obligándome a buscar de nuevo, a modificar su visión.
1 comentario:
A veces idealizamos tanto a alguien que olvidamos de que tan solo es un ser humano.
Ella o él, no han cambiado ya que siempre fueron así.
Es nuestra visión la que cambia, por rompernos nuestra ilusión, nuestra esperanza en busca de la perfección que ya sabemos que no existe.
Una bofetada a la realidad.
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