El poeta, pobre poeta siempre peleado con las palabras, con la vida, intentando hacerse un nombre, una obra, un capitalito si bien fuera pequeño con el que disfrutar la vida y pasársela viendo fútbol y leyendo y haciendo versos, escribía sobre todos versos amorosos.
Eran versos inflamados, versos sobre mujeres ocasionales, conocidas en los bares (unos bonitos, como los que hizo sobre Clara, otros feos como los que hizo con la mujer que se fue con otro aún más feo que él).
Eran versos en cierta forma hermosos, versos que contaban todas esas cosas que ha contado siempre la poesía amorosa, que hablaba de labios, de ojos, de comparaciones perlinas, de piernas largas, de sonrisas de piano; y como era una poesía moderna hablaba de piercings en ombligos y labios y cejas y labios, de aros y piercings y un poco, muy poco y muy veladamente de sexo, que es la parte oculta del amor, oculta porque no se dice ni se muestra, pero es sin embargo, para la que se escribe la poesía amorosa, para la que se inventó el amor.
Pues esos versos, tímidos y cortos, y pequeños, y versos sin más al fin y al cabo acabaron por traerle otra cosa al poeta, al pobre poeta. Por traerle eso que los tiempos tan modernos y asépticos llevan parejos: la cárcel. Fue denunciado y condenado por vulnerar todos los preceptos marcados por el Ministerio de Igualdad.
Y allí sigue, en la cárcel, en pleno proceso de desintoxicación, escribiendo un poema de amor a una mujer de revista y otro a su compañero de celda, cumpliendo, como le han pedido, los preceptos mínimos del Ministerio para escribir poesía.
Eran versos inflamados, versos sobre mujeres ocasionales, conocidas en los bares (unos bonitos, como los que hizo sobre Clara, otros feos como los que hizo con la mujer que se fue con otro aún más feo que él).
Eran versos en cierta forma hermosos, versos que contaban todas esas cosas que ha contado siempre la poesía amorosa, que hablaba de labios, de ojos, de comparaciones perlinas, de piernas largas, de sonrisas de piano; y como era una poesía moderna hablaba de piercings en ombligos y labios y cejas y labios, de aros y piercings y un poco, muy poco y muy veladamente de sexo, que es la parte oculta del amor, oculta porque no se dice ni se muestra, pero es sin embargo, para la que se escribe la poesía amorosa, para la que se inventó el amor.
Pues esos versos, tímidos y cortos, y pequeños, y versos sin más al fin y al cabo acabaron por traerle otra cosa al poeta, al pobre poeta. Por traerle eso que los tiempos tan modernos y asépticos llevan parejos: la cárcel. Fue denunciado y condenado por vulnerar todos los preceptos marcados por el Ministerio de Igualdad.
Y allí sigue, en la cárcel, en pleno proceso de desintoxicación, escribiendo un poema de amor a una mujer de revista y otro a su compañero de celda, cumpliendo, como le han pedido, los preceptos mínimos del Ministerio para escribir poesía.
En la cárcel.
1 comentario:
sublime, sutil. Hablar de los poetas siempre es fascinante. Intentar dedicarse a ello implica reconocer que lo probable es quedar en la estacada. No por ello, resulta digno y respetable. Me atrevo a decir que necesario al mismo tiempo.
Saludos
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