La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los aires acondicionados y las televisiones que dormitaban la siesta en los sofás.
La canción había sonado tantas veces, había girado tanto y tanto en el disco que nos había medio mareado. Tú estabas subida en mis pies, como si fueras una niña y nos movíamos en apenas un metro cuadrado lo dos, uno encima del otro, balanceándonos dulcemente al rumor del clarinete.
Estábamos poco vestidos, pero aún no desnudos, no sé si por el calor, o por el mareo de la música o si por algo más carnal. Tu pelo estaba suelto y tus piernas al aire. Pensé en tocarte un pecho, pero lo rocé sin querer con mis manos y fue mucho mejor mi torpeza que lo que hubiera sido mi acierto.
Hubo un desvanecimiento del tiempo, se notaba como humedad por alguna parte. El piano comenzaba de nuevo a sonar y seguíamos girando sin temor a que el mareo nos hiciera caer. Pensé en mi primer beso y en el primer beso que te dí, en lo que tienen los momentos de irrepetibles, y en todo lo que se puede aprender.
Te incorporaste un poco más en mis píes, apoyaste tu cara en mi pecho, yo quería que el corazón no me sonara tanto pero no lo conseguía. Por eso me miraste a los ojos, desde ese abajo que miras tú, te incorporaste un poco más en mis píes, te pusiste casi de puntillas y me besaste.
No pasó mucho más. Al rato paramos de girar, nos sentamos aturullados en el sofá y medio nos dormimos. No pasó mucho más. La ciudad dormía heroica su siesta y tú y yo no. No pasó mucho más.
La canción había sonado tantas veces, había girado tanto y tanto en el disco que nos había medio mareado. Tú estabas subida en mis pies, como si fueras una niña y nos movíamos en apenas un metro cuadrado lo dos, uno encima del otro, balanceándonos dulcemente al rumor del clarinete.
Estábamos poco vestidos, pero aún no desnudos, no sé si por el calor, o por el mareo de la música o si por algo más carnal. Tu pelo estaba suelto y tus piernas al aire. Pensé en tocarte un pecho, pero lo rocé sin querer con mis manos y fue mucho mejor mi torpeza que lo que hubiera sido mi acierto.
Hubo un desvanecimiento del tiempo, se notaba como humedad por alguna parte. El piano comenzaba de nuevo a sonar y seguíamos girando sin temor a que el mareo nos hiciera caer. Pensé en mi primer beso y en el primer beso que te dí, en lo que tienen los momentos de irrepetibles, y en todo lo que se puede aprender.
Te incorporaste un poco más en mis píes, apoyaste tu cara en mi pecho, yo quería que el corazón no me sonara tanto pero no lo conseguía. Por eso me miraste a los ojos, desde ese abajo que miras tú, te incorporaste un poco más en mis píes, te pusiste casi de puntillas y me besaste.
No pasó mucho más. Al rato paramos de girar, nos sentamos aturullados en el sofá y medio nos dormimos. No pasó mucho más. La ciudad dormía heroica su siesta y tú y yo no. No pasó mucho más.
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