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viernes, mayo 14, 2010

LA PANDILLA VOLADORA

De tanto mirarlo el Hombre Cabra se rebotó un poco y se volvió hacia nosotros. Al principio nos hicimos un poco los tontos, pero cuando se levantó y me dio golpecitos en el hombro ya fue imposible disimular más. Así que le invité a que se sentara con nosotros.

No parecía un hombre muy social, pero lo hizo, previendo que le íbamos a invitar a algo. Nos dijo su nombre, que olvidamos por supuesto, y nos preguntó por qué le mirábamos. La terapeuta y yo nos miramos un momento. La razón por la que le mirábamos era evidente. Así que no se la dijimos. Él lo entendió. Ah bueno, dijo.

Esto tiene una explicación. Por lo visto el forma parte de una pandilla. La Pandilla Voladora, que no eran ladrones ni nada de eso, si no que eran artistas de circo de esos que van de Badajoz a Trebujena y de ahí a Badalona.. Él en concreto era el comefuegos. Yo le miré asombrado. ¿Con la barba? Por supuesto, mi barba es más importante que yo. ¿Aunque se queme? No se quema. Tenía en ella algunas calvas motivadas, sí, por el fuego. Pero no dije nada.

Por lo visto La Pandilla Voladora se había separado. El Hombre Cabra se había enamorado de la Mujer Ventosa (de viento, no el aparato ventosa, utilizado para hacer comedia). La Mujer Ventosa, como su nombre indica, gustaba de volar y otras cosas con el viento. Pero el amor del Hombre Cabra no le convenía, porque estaba casada con el Perro del Infierno (sic). Así que el Hombre Cabra entró en la típica espiral autodestructiva de alcohol y esas cosas. Un día dejó de comer fuego y empezó a comer plástico. No le preguntamos por qué. No parecía un hombre pegado a la lógica. Después del plástico empezó a comerlo todo. Y se dio cuenta de que era el Hombre Cabra, el que todo lo comía. Ahora iba por los bares con su número, que era bastante grimoso. Y luego, después de comérselo todo, se lo bebía todo. Como estaba haciendo ahora. No sé cómo íbamos a pagar la factura.


Trebujena, Badalona, Madrid, por todos lados

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