Siempre me pareció que Rocío era un
nombre muy exótico para una mujer como tú, un nombre muy moderno o
popular, un nombre que debería haber llevado otra mujer, una que
llevara enormes pendientes de aro y no pequeños pendientes de
perlas. Una mujer muy maquillada, muy morena, con el pelo rizado. Una
mujer más bien mujerona y no una mujer tan pequeña y tan frágil.
Mejoró algo esa sensación cuando me
dijiste que eras María del Rocío. Encajaba un poco más. Aún así
no pegaba con tu apellido, de sonido aristocrático, ni con tus
gustos rebuscados ni con tu pobre pero resultona melena.
Rocío es un nombre enérgico,
vibrante. Y tú tenías minutos vibrantes, minutos que eran como un
choque de platillos en una orquesta, pero tenías también horas
lánguidas. Y una voz pequeña. Una voz que no era de Rocío, que no
era como una ola. Ni como una campana. Era un voz pequeña que casi
obligaba a quien estaba contigo a hablar.
En cierta forma tú eras exótica. Pero
más bien hacia arriba, hacia lo alto. Un exotismo elitista. Y un
poco aprendido. Las compañías.
Yo tengo un nombre común que necesita
añadidos para distinguirse. Estaba claro que no se podían sumar.
Pero hice bien mi papel (sin entrar en detalles, si entramos
encontraremos evidentes fracasos). Siempre conseguiste de mí lo que
quisiste. Y yo te lo di sin más. Pero siempre esperando que tú me
lo pidieras. Tuviste incluso un poco de drama. Pero poco. Y sin
querer. El drama, con el tiempo, es comedia. Y yo me río de ello
hace mucho.
Cuando oigo tu nombre exótico lo oigo
aplicado en mujeres correctas. Ellas sí son Rocío. Tú luchas aún
con tu nombre y la perplejidad de que sea tuyo. Luchas un poco con
todo lo que es perplejamente tuyo. Ese es el error principal. Tu
nombre no te corresponde. Aunque no podría inventarte otro.
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