Cuando llegas al teatro ya se nota
cierta expectación en la gente. Hay una animación, un cierto
nerviosismo por estar viendo algo que tienen que ver. Sucede con
algunas cosas. No se ven por el gusto de hacerlo, por el mero interés
de hacerlo, sino porque se presentan como cierta obligación para las
personas. En eso se ha convertido el Rey León. Por eso te preguntas
si realmente toda esa gente que está allí quiere estar allí, si
está allí por interés o por obligación.
Cuando empieza el espectáculo todo eso
no importa. La palabra espectáculo es la más apropiada para lo que
se ve allí. Todo es espectacular, impactante. El vestuario de los
actores, sus voces, los músicos que se ocupan de la percusión. En
los primeros minutos, el escenario se llena de gente, de animales
compuestos de diversos artilugios. Las jirafas con cuatro bastones,
los elefantes formados por varios actores.
En todo hay una solución imaginativa. El telón mismo lo es (la fotografía que ilustra este post es de ese telón). La careta de los leones que cae cuando sacan su parte más animal. El
artilugio que mueve los pájaros. Las sombras chinas que nos
precipitan al mundo animal. La estampida de ñús que viene hacia
nosotros.
Es un espectáculo total, de música,
escenografía, baile y dramaturgia. La historia es archiconocida. La
de un héroe que tiene que labrarse su futuro fuera de la tribu, que
ha de sobrevivir y crecer y volver para reclamar su derecho al trono.
Es la historia de casi todas las grandes dinastías, la misma que se
repite en Roma o en Grecia. Y además tiene algo de primario que nos
conecta con nuestra parte animal.
El precio se dispara y es difícil
encontrar entradas (en ticketmaster por ejemplo se encuentran, pero
hay que esperar bastante y hay que acertar con el sitio, claro que el
visor de la web con la situación de la localidad y lo que se desde
ella ayuda mucho), pero es un espectáculo que merece la pena ver. No
que sea obligatorio ver, esos espectáculos son siempre aburridos.
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