La realidad es sumamente
desconcertante. Si te hubieras dormido hace dos años y despertaras
ahora, te verías sometido a una serie de impresiones similares a ver
un fantasma con tus propios ojos.
La realidad ha ido deteriorándose,
volviéndose parecida a una novela de Dickens o de Galdós, donde la
lucha por la supervivencia diaria eran lo fundamental. Las clases
medias y bajas luchaban por una posición donde comer diariamente,
tener un techo y poder, tal vez, disfrutar de unas ropas decentes que
marcaran tu posición social, eran lo único que existía. En esos
mundos lo demás no existía. No había preocupaciones más allá. O
no muchas.
Ahora va pasando un poco lo mismo.
Seguir el nivel de la prima de riesgo es similar a leer una novela.
El pánico se va extendiendo a la vez que sube, sin que se pueda
detener y sin que se sepa por qué sube. Algo así como una novela de
miedo donde el monstruo crece y crece sin poder ser destruido.
A esa realidad se contrapone una
ficción que se centra sobre todo en la publicidad. Y así la hace
aún más ficticia. Vemos cosas que nunca podremos tener. Cada vez
más ficción. Cada vez más realidad. Una realidad más
desconcertante.
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