Viendo un documental sobre el crack del
29, explicaba uno de los entrevistados que todo el mundo compraba y
vendía sin cesar. Compraba y vendían acciones siempre con rédito,
siempre con premio. O las acumulaban viendo como subían y pensando
en que poseían un enorme capital. Pero eso no fue así. Y los
entrevistados se preguntaban cómo no vieron que eso no valía nada,
que era todo por culpa de una inflación, de un desmesurado e
insostenible sistema de inversiones. Y luego venía la pobreza, las
malas decisiones de los políticos, la recesión, los puestos de
trabajo perdidos, los hombres, sanos, fuertes, capaces, elegantes,
haciendo cola para recibir una sopa. La falta de dignidad, la
vergüenza de los que tenían que pedir. Todo eso por culpa de la
ambición. Del juego de los mercados en el que cualquiera entraba y
en el que todos salían esquilados.
La prima de riesgo sube
desmesuradamente. No sabemos por qué. Ni siquiera sabíamos qué era
hace unos meses. Y ella es la culpable, con otros parámetros que
desconocemos y que dependen justamente de eso, de los mercados y de
la ambición de estos, de nuestras desgracias. Ataque de los
mercados. Eso dicen.
Mientras, en otro documental sobre la
vida de Hitler explicaban cómo este aprovechó la coyuntura
económica, el paro, la pobreza, cómo prometió trabajo para todos,
vidas mejores, beneficios económicos, para alcanzar el poder.
No quiero juntar las dos historias.
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