La increíble nariz de la mujer serpiente, llamada erróneamente así por sus ojos, que aunque fueron un día dichos como los de una serpiente en realidad asemejaban mucho más a los de un gato, tenía una arruga futura en el perfil de la nariz.
Esa arruga futura pertenecía en realidad a su sonrisa, pero se materializaba en su nariz, de una forma nuevamente errónea, como si fuera el error una constante en la vida de esta mujer serpiente.
Por eso cuando aquel hombre cruzó la mirada con la mujer serpiente y la mirada le fue devuelta tantas veces como él la mandó y con la misma intención (o eso creían el uno y el otro, poco seguros de ello sin embargo por su afán de persistencia en el error), de una forma un poco torpe y por qué no decirlo, también un poco errónea, pues no era la mujer serpiente la más llamativa, ni la más bella de todas las chicas que formaban aquel grupo, ambos se sorprendieron de lo que encontraban al otro lado.
Y cuando hablaron y se conocieron y se fueron poco a poco dando cuenta de que el uno y el otro se iban a ser necesarios y útiles porque tenían la facultad de conseguir que la tristeza disminuyera que hubiera algo parecido a la felicidad cuando estaban juntos, el error fue profundizando en ambos, la mujer serpiente y aquel hombre.
Porque si el error circundaba de una forma extraña el nombre, la nariz y otras zonas y cosas de la mujer serpiente, el error era sin duda el fundamento de la vida de aquel hombre, el error y sus consecuencias, el error y sus miserias, el error y sus repeticiones infinitas.
Pero por una vez dos errores juntos produjeron una solución. Los errores de ella y los de él, juntos, dejaron de ser importantes. Fueron por fin lo que los errores son: fuente de conocimiento, de felicidad.
Esa arruga futura pertenecía en realidad a su sonrisa, pero se materializaba en su nariz, de una forma nuevamente errónea, como si fuera el error una constante en la vida de esta mujer serpiente.
Por eso cuando aquel hombre cruzó la mirada con la mujer serpiente y la mirada le fue devuelta tantas veces como él la mandó y con la misma intención (o eso creían el uno y el otro, poco seguros de ello sin embargo por su afán de persistencia en el error), de una forma un poco torpe y por qué no decirlo, también un poco errónea, pues no era la mujer serpiente la más llamativa, ni la más bella de todas las chicas que formaban aquel grupo, ambos se sorprendieron de lo que encontraban al otro lado.
Y cuando hablaron y se conocieron y se fueron poco a poco dando cuenta de que el uno y el otro se iban a ser necesarios y útiles porque tenían la facultad de conseguir que la tristeza disminuyera que hubiera algo parecido a la felicidad cuando estaban juntos, el error fue profundizando en ambos, la mujer serpiente y aquel hombre.
Porque si el error circundaba de una forma extraña el nombre, la nariz y otras zonas y cosas de la mujer serpiente, el error era sin duda el fundamento de la vida de aquel hombre, el error y sus consecuencias, el error y sus miserias, el error y sus repeticiones infinitas.
Pero por una vez dos errores juntos produjeron una solución. Los errores de ella y los de él, juntos, dejaron de ser importantes. Fueron por fin lo que los errores son: fuente de conocimiento, de felicidad.
2 comentarios:
Bonita historia, quizás por que me he despertado mas espesa de lo habitual este domingo, pero me parece que al fin es eso lo que funciona, no?
No me hagas mucho caso!!!!!!!!!!!!!
Besos
Dos errores produjeron la solución...
Anoto esta frase por si un dia me sirve para lanzársela a alguien...
;)
Bxuss!
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