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domingo, agosto 31, 2014

LA MÚSICA, EL GRAN ARTE DEL ROMANTICISMO

Cada tiempo tiene un predominio artístico que va por encima de los demás, o que al menos, destaca por las enormes figuras que lo manejan y las obras de mérito que produce. En el romanticismo, no es la literatura el arte que predomina. No es el más pujante. Ni es el que produce mejores obras. De hecho el romanticismo literario, no sólo en España, es en calidad y en cantidad una zona menor de la literatura.

Sin embargo, hay una disciplina artística que prospera y llega a sus cimas durante la época: la música clásica. En apenas unos años se suceden los grandes compositores que además producen en esa época las grandes obras.

Al hablar de música clásica, las fechas se confunden. Llegamos incluso a mezclar a Schonberg con Wagner, porque en la etiqueta clásica no se entiende de años, sino de un tipo de música que está separada de la popular, un tipo de música que parece parada, casi muerta, al no nombrarse nuevos autores, nuevas obras.

Evidentemente esto no es cierto. Se sigue produciendo música clásica. Sigue habiendo autores que crean nuevas obras. Esto, que ahora no tiene publicidad, era absolutamente novedoso y exitoso durante el romanticismo. Lizst, Mendelsshon, Chopin, Berlioz, Schumann, pero también Beethoven, Tchayckovsky o Rimski-Korsakov se juntan en unos pocos años.

Y si hay un género que evoluciona por encima de todos durante el romanticismo, ese es la ópera. Conviven dos autores enormes, Verdi y Wagner. Creadores de la ópera por excelencia, ambos aunan obras de una música excepcional con una idea del espectáculo y la teatralidad que dará las cimas del género.

Por encima de toda la producción literaria, pictorica y de cualquier otro arte, la música romántica emerge en la historia del arte como todo un corpus artístico que puede no acabarse nunca. Sólo la ópera, que acabará por constituirse en un arte total, mezcla de música, teatro y artes estéticas.


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