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martes, agosto 26, 2014

SOBRE EL CANON DE LAS BIBLIOTECAS


El problema es el mismo de siempre, la gratuidad. El arte, la literatura, el cine, no tienen por qué ser gratis. Pueden serlo si así lo elige su autor. Pero lo justo y lo necesario es que los autores cobren por sus creaciones, para que puedan obtener de estas beneficios que les permitan seguir trabajando en esas disciplinas que tanto gustan al público.

Bajo esta premisa, la Unión Europea obliga ahora a las bibliotecas públicas a pagar un canon por sus obras sujetas a derechos de autor. Es decir que de ese canon se libran un gran número de obras disponibles en las bibliotecas, todas aquellas que ya dispongan de derechos de autor gratuitos.

Ese canon no tiene que pagarlo, al menos de momento, el usuario de las bibliotecas sino que saldrá de las arcas públicas. Dependiendo de la titularidad de la biblioteca habrá de ser el Estado, la Comunidad autónoma o el municipio correspondiente el que tenga que hacer frente a ese gasto.

Y aquí es donde nos encontramos con el problema. Evidentemente es justo que el autor perciba dinero por su trabajo. Y por lo tanto las bibliotecas deben pagar, pero, ¿qué supondrá eso para unos centros cada vez más abandonados y limitados económicamente? La primera consecuencia evidente es que su presupuesto para nuevas adquisiciones quedará mermado. Pero también habrá problemas como el mantenimiento de los fondos, o el del personal que trabaja en los centros.

Ese pago justo y estipulado no puede provocar que la calidad del servicio empeore. Así que el esfuerzo deben hacerlo las instituciones públicas, las mismas que cuando inauguran los centros o hablan de las dotaciones culturales, esgrimen sus logros para conseguir votos.

En un contexto como el actual, la cultura acaba por ser el patito feo de los presupuestos, recibiendo menos de los que merece y necesita y teniendo que trabajar muy por debajo de sus posibilidades ante una demanda cada vez mayor al ser sus servicios mayoritariamente gratuitos. Un problema que tiene pocos visos de solucionarse ya que la cultura, en principio, no da réditos directos a las arcas públicas. Y eso condenará siempre a estos servicios. Así que la que es una buena noticia para los autores acabará siendo una mala noticia para todos, porque, seguramente, acabará provocando mermas en la calidad del servicio bibliotecario, servicio que es, en la mayoría de los casos, excelente.




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