Envuelto en un aura imperceptible de emoción y ternura nuestro hombre lloraba tiernamente sobre el hombro de su único amigo, Jaime, un perro pequinés que realmente no tenía hombros ni nada parecido, pero qué se la va a hacer.
Su novia le había dejado. O eso pensaba él. Porque realmente nuestro hombre no había tenido novia. A la que él llamaba novia era una chica cubana a la que pagaba por sexo. Sí amigos era eso que estáis pensando y que yo no voy a decir que luego esto lo lee mi madre y mi regaña.
Nuestro hombre estaba tan enamorado de aquella chica cubana que ni se llamaba Olga ni nada que le había mandado docenas de rosas a su casa. Todos sabemos que su casa no era su casa si no un lúgubre piso donde aquella hacía lo que hacía y por lo que lo hacía. Vamos un prostíbulo.
Nuestro hombre pensaba en casarse con Olga y llevarla de vacaciones a la Manga del Mar Menor donde su padre había ganado un apartamento en el Un, Dos, Tres... al elegir por una vez bien y descartar a la Ruperta en el último instante.
Así que ahora lloraba en el hombro de Jaime que lo único que quería eran sus croquetas e irse a dormir un rato, que ya estaba bien de tonterías en aquella casa donde ni se comía ni se nada de nada.
Nuestro hombre decidió volver a la casa, por si Olga hubiera vuelto a dejar alguna cosa, alguna carta para él con sus nuevos datos o algo por el estilo, una pista que le permitiera seguir enamorado de ella. Pero todo lo que se encontró fue una señorita rusa con un camisón bastante transparente. Él dijo: ¿Cómo te llamas? Y ella dijo: “Svetlana” Él dijo: “Lana, ¿quieres casarte conmigo? Y ella dijo: “60 media hora” Él: “¡Qué raro suena el sí en ruso!”
· Una vez más recuerdo lo del viernes, que luego os lo perderéis y diréis: ¡Qué cabrones los de Creatura que montan las cosas y no avisan! Pues si no queréis decir frases como esa o peores aún ya sabéis, viernes, 22 horas, pub Las Cadenas, Illescas, Toledo, España. Os esperamos.
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