Hablar de literatura, escribir, estudiar o explicar literatura es hablar de bichos raros, de tipos extraños, narcisistas, ególatras, confusos, fantasiosos, malencarados o incluso peores. Contar la historia de la literatura siempre tiene algo de anecdotario, de acabar buceando, aun sin querer, en lo más anecdótico de la vida de la gente.
En ese catálogo de rarezas que es el estudio de la literatura, la historia de la literatura en general, hay un gran número de suicidas. No puede dejar de provocar una sonrisa esa repetición del final en aquellos que se acercan de manera un poco tangencial a la literatura. En las aulas de los institutos hasta los menos atentos aciertan en decir cómo murieron la mayoría de los autores: se suicidaron.
Desde el romanticismo en adelante esa muerte se repite con sus variantes en múltiples ocasiones: arrojándose a ríos, con una pistola, envenenados, con la cabeza en el horno, con un abrecartas, con el coche en marcha mientras el gas adormece lentamente, lanzándose desde las alturas...
Esa vinculación entre suicidio y escritura la ha querido analizar José Antonio Pérez Rojo, psiquiatra, en un libro que es más una curiosa historia de la literatura: un catálogo de ilustres muertes por la propia mano. En ese análisis Pérez Rojo afirma que sin duda ser escritor es una profesión de riesgo, pues la posibilidad de suicidarse es mucho mayor que en otras profesiones como la de albañil o banquero.
Los escritores suicidas bucea en las vidas de los autores, en la historia de la literatura (en la que en muchos casos el suicidio ha sido una moda) y también en las patologías que condujeron al suicidio a muchos de los practicantes de la escritura. Otra forma de ver la historia de la literatura, mucho más peligrosa.
En ese catálogo de rarezas que es el estudio de la literatura, la historia de la literatura en general, hay un gran número de suicidas. No puede dejar de provocar una sonrisa esa repetición del final en aquellos que se acercan de manera un poco tangencial a la literatura. En las aulas de los institutos hasta los menos atentos aciertan en decir cómo murieron la mayoría de los autores: se suicidaron.
Desde el romanticismo en adelante esa muerte se repite con sus variantes en múltiples ocasiones: arrojándose a ríos, con una pistola, envenenados, con la cabeza en el horno, con un abrecartas, con el coche en marcha mientras el gas adormece lentamente, lanzándose desde las alturas...
Esa vinculación entre suicidio y escritura la ha querido analizar José Antonio Pérez Rojo, psiquiatra, en un libro que es más una curiosa historia de la literatura: un catálogo de ilustres muertes por la propia mano. En ese análisis Pérez Rojo afirma que sin duda ser escritor es una profesión de riesgo, pues la posibilidad de suicidarse es mucho mayor que en otras profesiones como la de albañil o banquero.
Los escritores suicidas bucea en las vidas de los autores, en la historia de la literatura (en la que en muchos casos el suicidio ha sido una moda) y también en las patologías que condujeron al suicidio a muchos de los practicantes de la escritura. Otra forma de ver la historia de la literatura, mucho más peligrosa.
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