Mirando como caía el agua sobre el lavabo, simplemente mirándolo, estaba nuestro hombre, sin saber bien qué hacía, nada más que mirando, el agua cayendo y él parado delante del lavabo, sin pensar, sin hablar, apenas sin respirar.
Sentía una sensación inmensa de vacío desde hacía unos días. No sabía por qué ni a qué venía. No era una preocupación, no era ansiedad, ni miedo, ni ninguna de las otras sensaciones que le acompañaban diariamente.
Simplemente se sentía vacío, inmensamente vacío. Y muy cansado. Sin razón. Había dormido lo suficiente o más de lo necesario incluso, pero se sentía cansado, como si estuviera cansado de estar como estaba de ser como era.
Y lo peor era que no sabía por qué estaba tan vacío, tan falto de todo, por qué no era como hace unas semanas o unos meses. Se había vaciado por dentro no tenía sentimientos, ni ideas, no tenía humor, ni enfado, no tenía nada, ni siquiera deseo, nada.
Cuando dejó de amar a aquella mujer a la que amaba y no le amaba a él no se sintió tan mal. Bien es cierto que la sensación había ido creciendo poco a poco como un árbol se hace primero retoño y después ensancha su tronco.
Ahora las raíces de ese árbol ocupaban todo su interior. Y él se sentía inmensamente vacío, sin nada que hacer ni que decir, sin más que su rutina diaria para mantener su vida, no llena, pero al menos ocupada.
Y desde hacía semanas estaba intentando llenar ese vacío con cosas y cosas, con otras mujeres que llenaban su cama, con nuevas ideas que le venían de nuevos libros, con nuevos amigos, con nuevos ambientes, con nuevas y más variadas drogas. Con alcohol. Pero su interior seguía vacío.
El hombre cerró el grifo con premura cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se fue a la cama y durmió. Así al menos podría descansar. Soñó con ella. Soñó con otra. Soñó de nuevo con ella. Y soñó con el futuro.
Al levantarse estaba igual de vacío y decidió que lo único que podía hacer era esperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario