En una novela de Gonzalo Suances (no recuerdo en cual, puede ser en cualquiera de ellas, y no tengo muchas ganas ahora de ponerme a buscar) dice uno de sus personajes:
- Toda mi vida me había sentido como un actor de reparto, como si en mi propia vida fuera nada más que eso, una actor de reparto.
- ¿Y ahora? ¿Eres ya el protagonista?
- No, pero me han ascendido. Soy un actor secundario.
- ¿Y ahora? ¿Eres ya el protagonista?
- No, pero me han ascendido. Soy un actor secundario.
Esa misma sensación parece que acompaña a muchos durante su vida, la de ser un actor de reparto, un actor de complemento a la vida de los demás. Ni siquiera un secundario (un secundario puede ser importante, te pueden dar un óscar), un simple actor de reparto, cuando no un mero figurante.
Esa sensación de que no están viviendo su propia vida, sino que están asistiendo a la vida de los demás. Y digo asistiendo en todas sus acepciones, asistiendo como espectadores y también como asistentes a la vida grande que es la que viven los demás.
Otros viven una vida secundaria. Viven a la sombra de los demás, de los grandes actores. Son sus ayudantes, sus amigos, sus compañeros, los que los acompañan y sirven de apoyo a sus papeles de protagonista.
Estos viven vidas pequeñas pero mejores que las de los otros. Y consiguen incluso estar presente en el momento decisivo, si bien no son actantes de él. Y con suerte puede que su vida se vea acompañada por una actriz de reparto (en las películas americanas de los 50 y los 60 sucedía siempre esto, que los protagonistas y hasta los secundarios debían acabar emparejados).
Suelen ser graciosos, pacientes, adornados de grandes cualidades. O grandes traidores y malos malísimos que trituran la vida de los héroes, de los protagonistas. Son como Tony Randall, siempre expectante ante el amor de Rock Hudson y Doris Day.
Escondidos en sus vidas pequeñas, contentos o no con ella, conspiran o se conforman con su pequeñez, con su sencillez. Así viven. A eso fue ascendido el personaje de la novela que no pretendió nunca ser un protagonista.
Ni siquiera de su propia vida.
Esa sensación de que no están viviendo su propia vida, sino que están asistiendo a la vida de los demás. Y digo asistiendo en todas sus acepciones, asistiendo como espectadores y también como asistentes a la vida grande que es la que viven los demás.
Otros viven una vida secundaria. Viven a la sombra de los demás, de los grandes actores. Son sus ayudantes, sus amigos, sus compañeros, los que los acompañan y sirven de apoyo a sus papeles de protagonista.
Estos viven vidas pequeñas pero mejores que las de los otros. Y consiguen incluso estar presente en el momento decisivo, si bien no son actantes de él. Y con suerte puede que su vida se vea acompañada por una actriz de reparto (en las películas americanas de los 50 y los 60 sucedía siempre esto, que los protagonistas y hasta los secundarios debían acabar emparejados).
Suelen ser graciosos, pacientes, adornados de grandes cualidades. O grandes traidores y malos malísimos que trituran la vida de los héroes, de los protagonistas. Son como Tony Randall, siempre expectante ante el amor de Rock Hudson y Doris Day.
Escondidos en sus vidas pequeñas, contentos o no con ella, conspiran o se conforman con su pequeñez, con su sencillez. Así viven. A eso fue ascendido el personaje de la novela que no pretendió nunca ser un protagonista.
Ni siquiera de su propia vida.
2 comentarios:
y los secundarios o incluso los figurantes, allá en la sombra hacen mucho más importante y significativa la vida de los actores principales.
tengo que decir Rubén que este post me ha gustado bastante, pero no creo que nadie sea actor de reparto o secundario siempre, todos en la vida tenemos nuestros quince minutos de gloria, o asi deberia ser...
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