Llevamos a cabo una conversación incompatible,
esto no tiene solución,
pero hoy, no quiero ni verlo
pero hoy, no quiero saber que....
Recuerdo el principio. Todo era hablar y hablar y hablar. ¿Cuántos meses estaríamos así? No puedo recordarlo bien, probablemente seis. Y sólo hablábamos. Ni siquiera nos tocábamos. De cualquier cosa, de todo, hablando todo el rato, con una complicidad y un placer difícil de explicar. Todo el rato hablando y hablando como si fuéramos al cabo del tiempo a quedarnos mudos y no pudiéramos volver nunca a hablar. Y también éramos capaces de estar en silencio. Sin más. No porque no tuviéramos qué decirnos, sino simplemente porque podíamos estar en silencio, cómodamente, mirándonos sólo, tal vez haciendo un gesto. ¡Cuánto hablamos!
Llevamos a cabo una conversación incompatible,
esto no tiene solución,
pero hoy, no quiero ni verlo
pero hoy, no quiero saber que...
Después seguíamos hablando, a veces de la misma forma que antes, hablando de todo y de nada, enredados en conversaciones que no decían nada y que llevaban horas. No decían nada pero eran puro placer, placer de ser pronunciadas y escuchadas, pero placer también por ser quién era el que las pronunciaba. Entonces ya nos tocábamos y nos besábamos, aunque teníamos a veces que dejar de hacerlo para hablar. Un día se me escapó un te quiero y te pusiste roja. Yo también fue tu respuesta un poco tímida y mirando al suelo, como cuando decías algo importante que te daba vergüenza. Poco a poco perdimos esa vergüenza, la desnudez ayudó por supuesto, y decíamos cualquier cosa. Y nos besábamos con cualquier excusa. Y cualquier excusa era buena para seguir hablando cuando ya no nos besábamos.
Nada que me importe más,
que no hablarte al oído una vez más,
nada que me importe más
que el no verme contigo,
nada que me importe más
que no estar en tú ombligo una vez más,
nada que me importe más
que no verte conmigo...
¿Fue acaso ese afán por decirlo todo por no parar de hablar más que para besarnos lo que nos costó el amor? No lo sé, pero dejamos de hablar. Y el silencio no era como el de antes, un silencio sonriente, expectante a veces, un silencio claro y tranquilo. No ahora el silencio dolía y tenía que ser llenado por cualquier cosa, qué más daba. Porque lo otro ya no era una conversación, ya no hablábamos, simplemente discutíamos, peleábamos, igual que antes hablábamos, sin motivo, sin parar como si discutir fuera el fin último de estar juntos.
Llevamos a cabo una conversación incompatible,
esto no cambia de color,
yo hablo en griego y tú en latín,
increíble pero cierto, si al momento lo acierto otra vez
y es que...
Bien es cierto que luego nos reconciliábamos, pero siempre había algo demasiado roto entre los dos para que siguiéramos igual. La conversación fluía, pero era distinta, era más espesa, no tenía esa chispa y ese encanto del principio. En esta época nos tocábamos mucho. Teníamos que estar siempre reconciliándonos, reparando las heridas que nos habíamos hecho al hablar. Y la mejor forma de curar una herida es con saliva. ¡Cuántos besos nos dimos entonces! ¿Lo recuerdas? Y más, y más y más. Casi a veces provocaba las peleas para poder después tocarte, reconciliarme contigo, volver a tus brazos, a tu ombligo, volver a estar tocándote, casi dentro de ti, estar contigo simplemente ¡Qué más daba si para eso teníamos que pelear!
Nada que me importe más
que no hablarte al oído una vez más,
nada que me importe más
que no verme contigo,
nada que me importe más
que no estar en tu ombligo una vez más,
nada que me importe más
que el que no estés conmigo.
Pero luego eso tampoco nos funcionó. No había manera de tocarnos. Echaba de menos tus manos, tu oreja que mordía mientras te decía al oído todas esas cosas que antes te hacían mirar al suelo de vergüenza. Dejé de tener posesión sobre tu ombligo. Ya no era mío. Me empezaba a ser ajeno, como si fuera sólo tuyo y nada más y yo fuera un realquilado, un ocupante molesto en ciertos días de la semana. Te echaba de menos cuando estabas a dos metros y también cuando estábamos juntos, uno sobre el otro, tocándonos ¿dónde estabas entonces?
Nada que me importe más
que el no hablarte al oído una vez más,
nada que me importe más
que el no verme contigo
nada que me importe más
que no estar en tu ombligo una vez más,
nada que me importe más
que el que no estés conmigo
que el no hablarte al oído,
que el que no estés conmigo
que el no estar en tu ombligo
una vez más,
una vez más.
¿Ahora? No lo sé. No sé qué es peor. Si echar de menos tu cuerpo, tu ombligo y tu oreja y esas partes que consideré mías durante un tiempo, tan mías que pensé que si no las había inventado yo se habían inventado para mí, sólo para mí y para nadie más que yo. No tengo en cuenta tantas cosas que dijimos entonces “Prefiero que te mueras antes de que haya otra persona”. Da igual que lo dijeras y lo pensaras y lo sigas pensando. Es lo lógico. No lo tengo en cuenta porque ya no hablábamos, no de lo mismo, simplemente tú decías y yo decía pero no nos dirigíamos el uno al otro, simplemente apuntábamos las frases hacia el otro, pero casi sin sentirlas, éramos pura rabia. Pensaba muchas veces en ese principio hecho sólo de palabras, de palabras que se unían y se juntaban como si fuera lo más natural del mundo porque estaban hechas de lo mismo. Pero al final no. Al final no hablábamos, no podíamos hablar. Cada uno tenía su idioma, el nuestro, el que habíamos construido en tantas noches y días y tardes juntos se nos borró, se fulminó y desapareció y el común, el de todos, no nos sirvió, se nos quedó corto, absurdo, muerto y no pudimos volver a ser. Simplemente se nos acabó la conversación y con ella el amor y todo, porque ya no pudimos volver a entendernos como antes lo hacíamos.
Portada del disco de Muchachito en el que encontraremos esta canción.