Mi pene no me deja dormir. Mantiene
conmigo una lucha estúpida y ridícula. Cada vez que cierro los
ojos, vibra, se mueve, crece. Cada vez que me doy la vuelta, se
descoloca, se endurece, hace tope. Me obliga a cambiar la postura, a
ponerme boca arriba, a respirar profundamente, a intentar poner la
mente en blanco.
Provoca en mi mente unas imágenes
turbadoras. A veces sales tú, a veces sale tu amiga, a veces salís
las dos juntas. Me hace sudar y temblar. Me levanto y me lavo la
cara. Uso el agua fría. Pero el agua fría no funciona.
La cartera, la camarera, la vecina, la
antenista, la equilibrista, forman un círculo vicioso de fantasías
retóricas y elaboradas que me cuestan horas de sueño, horas de
descanso, horas de soledad y ascetismo.
Mi pene no me deja dormir, y por el día
estoy cansado y no me fijo en nada que no sea el equilibrio inusitado
de unos pechos, el diámetro exclusivo de un trasero, la sonrisa
picarona y sugerente de una rubia.
Mi pene no me deja dormir y yo le hago
caso.
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