Decir tu palabra a esa mujer me dejó
una sensación extraña de mentira y de equivocación, quise pedir
perdón de inmediato, pero decir aquella palabra y después perdón
me he equivocado, era imposible. Las normas de la corrección
impedían que fuera de otro modo.
Aquella palabra era tu palabra. Yo la
usaba siempre contigo. La guardaba para ti. Había llegado a
asociarla sólo a ti. De entre todas las palabras de la lengua, de
entre todas sus posibles aplicaciones, sólo había una persona y un
uso correcto. Decírtela a ti.
Hacía mucho que no te veía. Y ella en
ese momento se ajustaba a la definición de la palabra que se da en
el diccionario. Pero no dejó de ser una traición. Un error. Una
mentira. Porque nadie más puede ser ya eso. Sólo tú tienes la
capacidad de ser esa palabra si yo la digo.
Ella se esponjó en su vestido.
Realmente estaba hermosa. Pero no pude disfrutar de nada aquella
noche. No de su compañía. No de su trato. No de su invitación
posterior.
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