En estas alturas del verano la gente se va marchando, nos va dejando, y nos deja sólo ausencia, sólo tristeza, nos deja solos. Y de entre todas las gentes, algunas ausencias duelen más, molestan más nos son más duras de asumir.
Porque me doy cuenta de que me faltas y de que te busco entre las gentes, en el ruido, pero todo es inútil.
Y resulta que el aire es apenas respirable porque ya no te encuentro.
Y como no me acostumbro a tu ausencia habrás de perdonarme si tardo aún algún tiempo en dejarte, en acostumbrarme a tu falta continua en todos los momentos y sentidos. Porque aunque ya no estás desde ayer, apenas ayer, apenas hoy, qué sé yo, la memoria esta noche repasa los recuerdos de las cosas que hice para ti y se perdieron.
Tus pasos están llenos de caminos y esos caminos te alejan, te separan, se vuelven ausencia. Y hoy son las manos las memoria, las manos mías que recuerdan o intentan recordar las tuyas.
Mientras tanto yo, solo, esperaré tu vuelta, aunque ya sabes que como yo te espero siempre no contesto a las cartas ni al teléfono y simplemente espero tu presencia junto a mí.
Y en mi ausencia te recuerdo, porque la ausencia es un cristal que no se empaña y estoy en él viendo tus ojos cuando cierro los míos. Y mi día se resume en esperar todo el día hasta que no llegas. Porque cuando me quedo solo me quedo más solo, solo por todas partes, por ti y por mí.
Y pese a que te espero siempre por qué resulta que al final eres sorpresa, por qué vienes a mi memoria y recuerdo que nunca agradeceremos, agradeceré lo bastante a tu belleza el haberme salvado una más del diluvio.
Y eso pese a que aún no te has ido y nos quedan horas, muchas horas, aún juntos y nos queda una despedida, esa despedida que quiero trasformar tanto, diciendo adiós y adiós, que nadie ya se separe en ellas, ni tú ni yo ni nadie.
Porque tras de ti quedará poco, tal vez nada, y el aire será de nuevo un inmenso abandono.
Y antes de la despedida te veo, te recuerdo y pienso, con tu sonrisa, que habrás de volver y cuando vuelvas mis ojos estarán extenuados como si en estos meses dejativos y transeúntes nunca hubieran dejado de andar para mirarte.
Y finalmente te vas y comprendo y entiendo que tu gran acto de amor era dejarme solo.
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