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jueves, marzo 25, 2010

CADA PEQUEÑA COSA

Enteramente cierto era eso. Cada pequeña cosa que hacía era magia. Luego ya no. Entiendanme. Luego cada pequeña cosa que hacía era una gilipollez y daban ganas de irse de allí o de insultarla. Pero estas cosas no se pueden decir porque estamos en un país donde la igualdad es lo primero. Así que no daban ganas de insultarla. Sólo de dejar de estar a su lado. Ya ven dónde nos lleva la maldita corrección política. Ni que yo fuera a promover el maltrato. Hay veces que me dan ganas de insultar a Felipe y no por eso él me denuncia por machista. Hay veces que tienes ganas de insultar sin más. A un hombre. A una mujer. A un puñetero perro. Pero no lo digamos que los defensores de la naturaleza a veces son peores que los defensores de la igualdad y la corrección política de las narices.
El caso es que cada pequeña cosa que hacía era magia. Luego ya no. Tarareaba las canciones. Y era magia. Y yo entendía a Felipe. Lo que no entendía era a aquella mujer. Porque estaba loca. O porque yo estoy loco. O demasiado poco loco. No lo sé bien. Pero llegó el momento que la magia se acabó y sólo había ganas de insultar. Ya lo he dicho.
¿Por qué? Porque era una gafapasta sin remedio. Y cada sitio al que íbamos a comer era peor que el anterior, que no tenía la suficiente intensidad sápida en sus platos. ¿Qué significa eso? Yo lo sé, pero me la pela así que no voy a decirlo.
Tampoco los bares le gustaban. Le parecían asquerosos. Sucios. Claro, leche, es un bar. Así que le gustaba bailar, pero no podía bailar porque en los bares aquellos no podía entrar. Y le gustaba bailar su música. ¿Qué música? Una que era muy difícil de bailar. Pero ella lo hacía. Sólo ella. Con un ritmo lentísimo y un poco asqueroso de zombie. Al principio eso era como magia. Pero luego ya no. Y el caso es que a mí no me gusta. No me gusta.

¿Cómo leche bailamos esto?

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