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domingo, marzo 28, 2010

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Una mujer por televisión transmite una sensualidad fascinante. El brillo de sus labios o la marca perfecta de su lunar. Pero en la calle, paseando, las mujeres son tan reales que sus senos o sus dedos dan casi hasta miedo. A veces me empeño en seguirlas, en buscar el brillo grasiento de su piel o el pliegue obstinado de su axila. A veces me empeño en volverlas sexo. Objetos. Partes del cuerpo, sólo partes concentradas y únicas: tetas, pelos, culos, mera imaginería sexual extraída de vaya saber dónde y que me produce en dosis altas el efecto contrario, el reflejo doloroso. Y camino para no sentir el reflejo ni el deseo, para olvidar. Por lugares vacíos. Camino solo, con mis propios pasos. Y a veces recupero el hilo del pensamiento. Y no ha pasado nada.


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